martes, 15 de diciembre de 2009

Una historia de amor







Damasco es una ciudad que da para mucho. El otro día estábamos esperando a un amigo en el barrio de Bab Tuma, el barrio cristiano de Sham (así es como la mayoría de los árabe-hablantes llaman a Damasco), y tuvimos la suerte de asistir al cortejo de unas pequeñas fieras sobre un grupo de hembras jóvenes (aquí tenéis que imaginaros la voz de Félix Rodríguez de la Fuente).

Con anterioridad a la exposición de los hechos haré una aclaración: las sirias, así como la mayoría de las mujeres árabes, salen de casa como para una boda aunque vayan a comprar tomates. Si ya de por sí son guapas, sus ropajes y maquillaje las hacen parecer, en ocasiones, bellezas de portada.

También quiero aclarar que si salen así de casa, además de por coquetería, es porque es la manera de encontrar marido, puesto que no existe en muchas relaciones ningún tipo de contacto anterior al compromiso matrimonial. Sin olvidar que también hay relaciones de corte más liberal.
La cuestión es que un grupo de cuatro jovencitas que rondaría los 12 ó 13 años a lo sumo, vestidas impecablemente con ropas nuevas por motivo del Eid Al-Adha, con botas de tacón de “chúpame la punta” y bolsos a juego con todos los colores que llevaba cada una, permanecían cerca de la parada de autobús.

Pasados unos minutos apareció un grupo de otros cuatro chicos (un poco mayores que ellas) y sus miradas empezaron a revelar el interés que, estas mujercitas todavía sin hacer, les habían despertado. Los mozos se pararon y comenzaron a discutir el acercarse o no a ellas mientras las susodichas volvían la cara evitando el cruce de miradas, y si eran alcanzadas por un mínimo rayo de visión, sus caras se tornaban dignas y agrias con la máxima señal de desprecio.

Como espectadores de primera fila, puesto que nos encontrábamos a un par de metros de ellas, tuvimos el privilegio de contemplar sus cuchicheos y sonrisas escondidas de la mirada masculina. Sin embargo, al más puro estilo “siria” se pusieron tiesas como una escoba y comenzaron a andar en dirección opuesta a la que se encontraban los chicos para seguir mostrando desprecio, desinterés y, sobre todo, escándalo.

Pero los mozuelos no se iban a rendir tan pronto, y dos de ellos se dirigieron con paso firme hacia ellas. Es más, su descaro les iba a empujar a hablarles y esto, en muchos casos, no es válido y rompe cualquier relación posterior. Bien prietas (si tenían algo que apretar) y pinchas, estas guapas jovencitas se fueron dejando a sus pretendientes con la palabra en la boca. El amor es un juego. En este caso, game over.

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