La semana pasada, una compañera de trabajo, que es de Bagdad pero vive en Ammán desde que su país fue invadido y destruido, nos contó algunas de las cosas que actualmente pasan en su país. Lo que más me llamó la atención fue lo que nos relató al respecto de los pasaportes.
Tras los años sangrientos que siguieron a la invasión, aquellos en los que el país quedó dividido entre sectas y clanes (división que, pese a que la gente piense lo contrario, no existía antes de que se masacrara el país), la violencia ha sido una constante en el día a día de Iraq.
Tal es así que, tras años de barbaridades, las autoridades que actualmente ¿gobiernan? Iraq han tomado una medida innovadora. Esta no es otra que, en vez de hacer constar los apellidos de la persona en su documento nacional de identidad (nuestro patrio DNI) o en el pasaporte, sólo registran el nombre de uno mismo, el nombre de su padre y el de su abuelo.
En países como el de Iraq, donde todavía es posible conocer la tendencia religiosa de la persona y hasta el pueblo o ciudad del que es originario sólo con leer los apellidos de uno (hay que tener en cuenta que se van heredando los apellidos de la línea paterna, que a su vez viene de la paterna...), esto se ha convertido en un riesgo altísimo.
Tras la guerra civil no declarada, el número de los asesinatos y ejecuciones de los “rivales” religiosos y políticos ha sido bestial, y por ello se ha optado por esta medida, que evita que un control de carreteras o una detención arbitraria suponga automáticamente tu sentencia de muerte.
Así, si viviera en Iraq yo pasaría a ser Ismael Julián Jesús, y lo de mis orígenes quedaría al albedrío de mi imaginación en el momento en el que necesitara echar mano de ella, porque esta medida no es que vaya a evitar que siga habiendo muertes, sólo te da una oportunidad de sobrevivir en ciertos momentos en los que antes estabas vendido.
Y ahora de elecciones. Seguro que se sienten tan imbuidos del espíritu democrático que hasta se olvidan de que han tenido que renunciar a tener apellidos.
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