Esto es un homenaje a mi pueblo. Arauzo de Salce es un pueblo situado al sur de Burgos, cerca de Aranda de Duero y Santo Domingo de Silos (para que lo podáis situar). En muchos mapas no aparece, pero cuando en otros lo veo escrito me hace mucha ilusión y me pongo muy contenta.
Es el pueblo de mi padre, aunque tras 25 años de vida sin dejar de pisar estas tierras, lo considero mi pueblo y así lo digo cuando me preguntan, por muy aragonesa que sea. Es muy pequeño. No lo es por su tamaño (aunque se recorre rápido) pero sí por su población, tanto que en la actualidad habrá unos 70 habitantes, la mayoría de los cuales son mayores.
No tenemos tiendas porque los dueños de los dos bares que había con sus correspondientes despachos de productos y que yo conocí, se jubilaron. Ya les tocaba tras toda una vida trabajando. Nuestros lecheros vendieron las vacas ya hace unos cuantos años y dejé de ir a los corrales para ver a los terneros recién nacidos o para recoger leche fresca. ¡Cómo gustaban en mi casa los calostros!
Los pastores dejaron de acercar sus rebaños de ovejas al pilón de la plaza para que bebieran agua, con lo cual también desapareció su rastro por las calles (en forma de bolitas). Aunque todavía podemos presumir de tener algún pastor entre nuestros vecinos.
Sin embargo, los agricultores todavía trabajan sus tierras, pues también los hay jóvenes. Y también tenemos paisanos que cuidan de sus animales. Y es que por mucho que avance la sociedad (para bien y para mal) y se lleve por delante muchas de estas cosas, ya sea porque desaparecen o porque no hay quién las continúe, para mí el recuerdo de mi pueblo seguirá siendo ir al huerto, comprobar que las gallinas no se pueden escapar, entrar a coger un tomate, lavarlo con la manguera y comérmelo. ¡Qué tomates! ¡Qué pepinos! ¡ Y qué pollos guisados hacía mi abuela!
Ahora, desde la lejanía y desde la ventaja que me dan todos estos medios para expresar mi morriña en estas fechas, aprovecho para decir que aunque seamos un pueblo pequeñito y la gente se sorprenda porque nos tengan que traer el pan en una camioneta (¡y qué pan!) no cambiaría mi pueblo por ningún otro. Ni por tener un bar, ni por tener un campo de fútbol sin cardos, porque todas estas cosas junto con la gente que nos reunimos año tras año y la gente que ya no está, la historia de cada uno de ellos, son lo que hace que sea mi pueblo.
Chepaloooooo!!!!!
Es el pueblo de mi padre, aunque tras 25 años de vida sin dejar de pisar estas tierras, lo considero mi pueblo y así lo digo cuando me preguntan, por muy aragonesa que sea. Es muy pequeño. No lo es por su tamaño (aunque se recorre rápido) pero sí por su población, tanto que en la actualidad habrá unos 70 habitantes, la mayoría de los cuales son mayores.
No tenemos tiendas porque los dueños de los dos bares que había con sus correspondientes despachos de productos y que yo conocí, se jubilaron. Ya les tocaba tras toda una vida trabajando. Nuestros lecheros vendieron las vacas ya hace unos cuantos años y dejé de ir a los corrales para ver a los terneros recién nacidos o para recoger leche fresca. ¡Cómo gustaban en mi casa los calostros!
Los pastores dejaron de acercar sus rebaños de ovejas al pilón de la plaza para que bebieran agua, con lo cual también desapareció su rastro por las calles (en forma de bolitas). Aunque todavía podemos presumir de tener algún pastor entre nuestros vecinos.
Sin embargo, los agricultores todavía trabajan sus tierras, pues también los hay jóvenes. Y también tenemos paisanos que cuidan de sus animales. Y es que por mucho que avance la sociedad (para bien y para mal) y se lleve por delante muchas de estas cosas, ya sea porque desaparecen o porque no hay quién las continúe, para mí el recuerdo de mi pueblo seguirá siendo ir al huerto, comprobar que las gallinas no se pueden escapar, entrar a coger un tomate, lavarlo con la manguera y comérmelo. ¡Qué tomates! ¡Qué pepinos! ¡ Y qué pollos guisados hacía mi abuela!
Ahora, desde la lejanía y desde la ventaja que me dan todos estos medios para expresar mi morriña en estas fechas, aprovecho para decir que aunque seamos un pueblo pequeñito y la gente se sorprenda porque nos tengan que traer el pan en una camioneta (¡y qué pan!) no cambiaría mi pueblo por ningún otro. Ni por tener un bar, ni por tener un campo de fútbol sin cardos, porque todas estas cosas junto con la gente que nos reunimos año tras año y la gente que ya no está, la historia de cada uno de ellos, son lo que hace que sea mi pueblo.
Chepaloooooo!!!!!
Nos acordaremos mucho de ti, SALCEÑA!!!
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