El pasado fin de semana, y gracias a uno de los alumnos de Victoria, conocimos dos de los sitios más emblemáticos para los católicos que viajan hasta estas tierras en busca de paz espiritual (porque si buscan fiesta, poca van a encontrar…).
Jaldún –palestino de buena planta, encaminado hacia la calvicie y de gran corazón-, nos condujo en primer lugar hasta el sitio donde, tras años de disquisiciones, se ha establecido que Jesucristo fue bautizado por Juan Bautista (su nombre lo dice todo acerca de su profesión). El sitio en sí no es nada del otro mundo, y si no fuera por éste aliciente histórico, sería más bien un lugar a evitar.
Tras kilómetros de planicie desangelada (algo inevitable en este país, cuya superficie es en un 90% desierto puro y duro), llegas a un parking en el que nada más salir del coche sientes como si el cielo te cayera encima (la temida amenaza de los galos Asterianos). Este lugar se encuentra 300 metros por debajo del nivel del mar, y la verdad que eso se nota. El calor es húmedo, pegajoso, pesado, y desde el primer momento te sientes como plomizo y fatigado.
Tras pagar religiosamente (de esto sí que saben bien en estos lugares, vayas donde vayas nunca cambia), te montan en un ¿autobús? que va hasta un lugar próximo al del bautismo. Allí caminas 300 metros hasta llegar al río Jordán –cuyas aguas marcan la frontera entre Jordania y la sufrida Palestina- , caminas y llegas a una poza de agua sucia (no bromeo, era como un charco viejo) en la que te dicen que fue bautizado Jesús y perdió el pecado original (que de ese no se libra ni el hijo de Dios!). No tengo ningún motivo para dudar de que así fuera, pero desde luego, es una visión que solo puede conmover a un verdadero creyente.
Tras una vuelta corta, calurosa y nada emotiva, volvimos al lugar de origen (el parking), donde las tiendas de recuerdos varias te ofrecen agüita rica del río Jordán al módico precio de siete euros por unos cinco mililitritos. Será porque el país sufre sequía y el agua se paga cara!
Después nos encaminamos hacia el Mar Muerto, pero en vez de ir en busca de sus saladas aguas, cogimos un desvío y nos encaminamos al Monte Nebo, lugar en el que dicen que Moisés avistó la tierra prometida para el pueblo de Israel y en la que al pobre le fue vetada la entrada por haber desconfiado (o desobedecido, o mentido, la verdad que no me acuerdo)a Yavéh (siempre tan amable y considerado, después de 40 años andando, pobrecito…)
La cosa es que atravesamos una serie de montañitas desérticas por una carretera que ni buena ni mala, pero siempre en cuesta, hasta llegar a la cima del lugar. La iglesia estaba cerrada, pero la verdad es que las vistas merecían la pena. Eso sí, desierto puro y duro (desde luego, para ser la tierra prometida prefiero las vistas desde el Perdón de Pamplona y mi pueblo por el otro lado), pero todos sabemos para lo que han dado y dan esos lugares (sobre todo para joder a pobre gente, para eso no tienen precio)
Pues bien, tras ver atardecer, al pueblito de Madaba, donde cayó una buena cerveza con narguilla, y de ahí a Ammán, que ya se había hecho tarde. Desde luego, no vimos nada del otro mundo, pero fue una tarde agradable y entretenida, aunque dudo que volvamos por allá…
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