Aquí va una de días nacionales, que últimamente están de moda.
El viernes pasado, la ciudad de Ammán celebró su cumpleaños. Nada más y nada menos que cien años que cumplía la muy coqueta. No es nada si lo comparas con las ciudades de alrededor (Jerusalén, Damasco, El Cairo y demás), las cuales se cuentan entre las más longevas del mundo mundial, pero a los de por aquí pues como que les hacía ilusión, así que de fiesta todo el día….
Para conmemorar dicha ocasión, los ammanitas montaron un desfile por el centro de la ciudad. Por una vez, se dejó de lado militares, carros de combate y demás parafernalia bélica, y ofrecieron al público, que era bastante numeroso, un colorido y divertido desfile en el que, década a década, se veían representados los avances del país, su evolución e historia.
Así, a lo largo de hora y media, fueron desfilando grupos de música (sobre todo con gaitas, jamás lo hubiéramos imaginado), estudiantes y jinetes. Desde la carroza que simbolizaba la llegada de la electricidad, a los beduinos y sus costumbres (base de este país junto con los palestinos), los deportistas, etc. Incluso profesiones como la de basureros, jardineros, taxistas (con los taxis incluidos) y vendedores ambulantes, que aquí son legión, recorrieron la calle principal entre los aplausos de la gente y los gritos de los gamberros que teníamos delante, dos jovenzanos que no perdían ocasión de tirarle la caña a toda chica que pasara desfilando cerca suyo, ¡ni una se libró!
Tras hora y media el acto concluyó (la verdad que fue entretenido) y mi señora y yo encaminamos nuestros pasos en pos de los del resto de asistentes. No teníamos ni idea de donde iba la gente, pero como hacía buen tiempo, pues nos dejamos llevar, y así arribamos, tras veinte minutillos viendo gente cantando y niños trepando en camionetas, a la parte donde se encontraba un escenario en el que suponemos que había acabado el desfile.
Las gradas se encontraban abarrotadas de gente gritando y cantando con banderas y demás. Todos parecían divertirse hasta que, visto que la gente no estaba por la labor de irse para casa, la policía cargó a “cinturonazos” para espantar al personal.
En un visto y no visto, la grada estaba desierta, y multitud de chiquillos y bigotillos púberes corrían en desbandada por la zona. Al principio nos llevamos un sustillo, pero luego ya se vio que tampoco era tan grave como parecía. Los chavales vacilaban, y los polis corrían detrás. Eso sí, a un par de ellos ya les vimos llevarse una buena hostia, con cinturonazo en la cara incluido. En fin, que así terminó la fiesta, y con las mismas nos retiramos al hogar, no sin antes comprar un pastel de queso, mmmm……
Después de ver a toda esta gente sintiendo los colores y desgañitándose por su rey (tan tirano como todos los de la zona, solo que éste “nos” cae bien y es amigo, por lo que se le deja hacer sin criticarlo demasiado), nos dijimos…”donde esté un buen Borbón narigón que se quite todo”, y ayer acudimos a la casa del embajador español en Jordania, que celebraba una recepción en su humilde morada (una choza de impresión con un jardín y una piscina que quitaban el hipo en la zona más cara de la ciudad), que por cierto se paga de nuestro bolsillo (más bien del vuestro, que yo cotizar, lo que se dice cotizar, poco…)
Tras los saludos de rigor, nuestras mercedes se adentraron entre la jungla de corbatas, americanas y zapatos de tacón en busca de un triste pedazo de jamón que llevarse a la boca –el cual, para desengaño de nuestro espíritu, no se encontraba por ningún lugar-. Ante semejante desatino, decidimos volcarnos en la degustación del vino tinto, del que dimos buena cuenta a lo largo de la velada.
Después, lo típico de estas veladas (es lo que tenemos los hombres de mundo, no nos impresiona ya nada). Himnos, discursito del embajador (para los interesados, fue en inglés y en tono de despedida, que se pira en dos semanas) y a seguir dándole al vinacho y otras bebidas espirituosas, que ya se echaba de menos una barra libre como dios manda…
Y así siguió la cosa hasta que nos echaron, eso sí, de buenas formas. Como siempre en estos casos, a echar la última a un bar (el primero decente que conocemos después de casi tres meses) y a dormir, que hoy había que trabajar. En fin, que celebramos como se debe la aniquilación de los nativos americanos hace más de quinientos años, aquello sí que eran epidemias y no esto que nos intentan vender ahora… Bueno, como bien dijo Trillo, flamante ex ministro donde los haya, ¡¡Viva Honduras!!
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