domingo, 27 de septiembre de 2009

Morriña de la tierra







Sin duda, este sábado está siendo uno de los días más tristes y desequilibrantes (emocionalmente hablando) desde mi llegada a estas tierras. Hoy, 26 de septiembre de 2009, se están celebrando en tierras patrias dos acontecimientos emocionantes, irrepetibles y divertidos, los cuales me estoy perdiendo y en los cuales no hago más que pensar (lo cual también se ve acentuado por la falta de amistades en tierras jordanas).

El primero de ellos, sin duda el más relevante, es la boda de mi amigo Carlitos –canoso personaje de sonrisa franca y alegría contagiosa-, el cual se desposa con su querida María, la farmacéutica más marchosa y dicharachera de toda Pamplona. En este mismo momento en el que escribo, la ceremonia hará un par de horas que habrá terminado, y creo intuir que el resto de los amigos pamplonicas y señoras se encontrarán inmersos en la degustación del banquete nupcial, todo ello regado con vino, risas y buen ambiente (y que seguro que deriva en locura con el baile posterior, bares y demás).

No puedo dejar de pensar en lo bella que estaría la señorita Vika con uno de sus vestidos de boda, y lo mucho que me estaría riendo en compañía de los viejos amigos pamploneses. Buena gente todos ellos, con los que en un momento u otro, he vivido momentos increíbles…

En fin, enhorabuena pareja, espero que estéis pasando un gran día en compañía de los vuestros…

Por otro lado, en mi pueblo (Puente la Reina, para aquellos que no lo sepan) hoy se celebran las Ferias. Fin de semana que viene a señalarnos el final de verano, siempre ha sido célebre por su jornada de sábado (y no precisamente por las vacas de la tarde, que coñazo….)

Cada año se da el mismo ritual. Los más madrugadores de la cuadrilla acuden hacia mediodía a la plaza del ayuntamiento para coger un buen fuego en el que hacer el calderete (o fritada, a gusto del consumidor). Con anterioridad se han encargado de comprar la carne, la bebida, coger los caballetes y demás parafernalia, en la cual he de reconocer que nunca he colaborado, por lo que aprovecho para agradecer a todos aquellos que siempre se ocupan de estas cosas su inestimable actuación, sin la cual gente como yo se quedaría sin pegar bocao.
Hacia las dos van apareciendo (y aquí me incluyo yo) los perezosos que la noche anterior se quedaron echando unos tragos de más. Tras preguntar si hay algo que hacer (es obvio que ya está todo el pescao vendido y que solo queda mirar), abrimos un botellín de cerveza y a esperar bajo los últimos rayos de sol veraniegos a que la comida esté en el plato.

Luego viene la comida, la sobremesa, las anécdotas, los puros, los recuerdos, alguna partida de cartas y demás, cosas que convierten estas tardes en momentos cuasi-mágicos. No tengo más que recordar la del año pasado, tarde divertida de por sí, pero que en cierto momento llegó a ser desternillante, cuya mera evocación me dibuja una sonrisa estúpida en la cara.

Pues bien, también ahora estarán disfrutando del ambiente del pueblico mis “diablos” del “kaskajo” favoritos, botellas sobre la mesa, puros al morro… ¡ya me enteraré de quien ha llegado hasta la madrugada!

Y es que así son las cosas. Unos se casan, otros traen hijos al mundo, otros se van a vivir con la pareja y otros rompen, pero la cuadrilla siempre está ahí, para lo malo y para lo bueno, aunque sin duda esto último sea lo que prime.

Mientras mi cabeza sigue, como en un partido de tenis, de una fiesta a la otra, no puedo dejar de pensar también en los otros muchos colegas que tengo repartidos por otras partes, de mi querida Zaragoza a Madrid, Toledo, Asturias, Damasco y demás. Solo espero que todos estéis bien y veros a todos lo antes posible, a ser posible con una jarra de cerveza por medio. Quién sabe si para diciembre…

lunes, 14 de septiembre de 2009

Por el camino del desiertooo....
















Por el camino del desiertooo…. El viento me despeinaaa…. Tal y como nos cuenta la canción de los Gipsy Kings, decidimos irnos a la Reserva Natural de Dana este fin de semana. Así que cogimos una mochila con lo imprescindible y con lo prescindible por si teníamos que cambiar de destino en la estación a última hora. Ya se sabe cómo funcionan las cosas en Oriente Medio.

Tuvimos que esperar una hora y media y cambiar tres veces de autobús, pero ya estábamos en marcha y podíamos ver los tornados de arena levantarse amenazantes en explanadas de tierra desoladoras.

Llegamos a Dana, que es un pueblo del sur cercano al Mar Muerto y desde el que se puede ver Palestina e Israel. La cuestión es que los jordanos, que para algunas cosas son “muy apañadicos”, han reconstruido parte del pueblo, que se remonta al siglo XV con los Otomanos habitándolo, siguiendo la arquitectura existente y construyendo algunos hoteles. Así que puedes pasar una noche en uno de estos alojamientos por un módico precio y con la satisfacción de escuchar únicamente perros ladrar antes de cerrar el ojo y caer rendido. ¡Qué genial!

El pueblito, habitado por siete familias, se sitúa en lo alto de un monte que corona un imponente valle, desde el que vimos una puesta de sol preciosa, muy frecuentes por aquí y que en España no tienes tiempo para contemplar.

Dimos un paseo por los caminos de tierra y, entre polvo y más polvo, vimos árboles frutales diferentes. Momento en el cual se repetía la hazaña bíblica que “nos expulsó del Paraíso”, pues mientras Eva (Victoria) cogía una manzana (granada) la abría, comía y se la ofrecía a Adán (Ismael), éste último la rechazaba mirando a su alrededor, pero caía en la tentación y le daba un jugoso bocado.

Todo esto, ocultos a la vista de cualquier buen musulmán, pues estamos en Ramadan y no vamos a faltar. Además, he de decir en mi defensa que no habíamos comido al mediodía debido a este mes santo, que tanto santifiqué yo en el momento que me di cuenta que no había tiendita para comprar energías y había que esperar a la cena.

En fin, que como todos los sacrificios tienen su recompensa, la cena premió todo con creces, pues prepararon al fuego unas bandejas de diferentes verduras, arroz y carnes, de las que dimos buena cuenta (como dicen en los libros después de una gran batalla).

Tras una excelente cena, como buenos españoles nos quedamos tomando té para trasnochar un ratico (ya sé que los españoles tomamos otra cosa, pero es lo que hay) y, después de mandar a Francia y a algún país nórdico a la cama, los beduinos nos estuvieron tocando canciones con el laúd y el tambor, mientras aplaudíamos y ellos bailaban. Lo mejor: que lo hicieron porque acostumbran y quisieron y no por nosotros.

Para terminar el viaje, decir que en nuestra continua identificación con esto del Ramadán sufrimos la ausencia de agua durante toda una mañana, pues durante la vuelta a Ammán no pudimos ni remojarnos la boca, pese a tener una botella de agua, para respetar su ayuno. Y es que ellos te respetan muchísimo también a ti, pues a pesar de llegar los últimos al autobús, un jordano se levantó y se quedó de pie para cederme el sitio durante 35 kilómetros. Chapó!!