martes, 9 de junio de 2009

Fin de semana druso (Segunda parte)







Para desayunar una mata de garbanzos tiernos seguido de mermelada de uvas, leche fresca de la vaca del vecino, mantequilla y yogurth natural, aceitunas, patatas cocidas con especias, zatar con aceite de oliva y té. Todo ello para emprender un día que empezó con visitas varias y terminó con una gran boda.

Como los extranjeros del pueblo que éramos bien podíamos beneficiarnos de ello así que, antes de ir a Kafer, el pueblo de otro amigo en la misma región, visitamos una granja con camellos, vacas, gallinas y otros animales; y un par de casas donde nos dieron de comer y beber sin cesar y de las cuales nos tuvimos que ir por necesidad, ya que los anfitriones sólo querían invitarnos e invitarnos e invitarnos…

Llegamos a Kafer y tuvimos la suerte y la desgracia de ver un entierro, por lo que como buenos foráneos sacamos cámaras y a disparar sin parar para dejar constancia de la situación y de la vestimenta de la gente mayor drusa, la cual es totalmente diferente a la de la juventud (podeis apreciarlo en las fotos).

Por contraste entre los propios sirios, los jóvenes drusos visten de manera mucho más moderada a los musulmanes, sobre todo las mujeres que pueden ir con tirantes y algo de escote, cosa no bien vista entre mujeres musulmanes, además de que la gran mayoría de drusas trabaja fuera de casa. Sin embargo, al igual que sus paisanas musulmanas, son las que hacen todo en el hogar, por tradición y por obligación, y no tienen posibilidad de fumar ni beber alcohol, cosa que los hombres tienen requetepermitidisimo.

Tras este intenso espectáculo, nos subieron en coche hasta la cima del monte principal de la región, ya que esta zona era más montañosa y con más árboles, y desde donde pudimos ver la puesta de sol y todo el valle iluminado, además de que fue el lugar donde nos iniciamos en el baile típico de Oriente medio, el DABKI. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya tocaba bajar al pueblo, así que unos amigos de nuestros amigos nos llevaron a su casa, nos invitaron a cenar y a tomar algo y nos llevaron a la boda de otro amigo.

La boda, sin duda, fue el momento estelar del viaje, puesto que, además de que me tocó bailar el dabki delante de todo el pueblo, nos convertimos en las “super estrellas” de la noche. El padre del novio nos regaló chocolate y nos agradeció mil y una veces el haber ido a la boda, todo el mundo nos miraba (y no era porque no fueramos arreglados y con mochilas, que también), de forma que al final los novios pidieron hacerse una foto con nosotros para su álbum, momento en el cual nos vimos rodeados por casi cien personas que nos miraban (muy de cerca) cómo las hermanas del novio y los padres agradecían nuestra presencia allí.

Sin duda, algo que hay que vivirlo para entenderlo. Porque yo, sinceramente, no me imagino que en España alguien aparezca sin previa invitación en el día de tu boda. ¿Qué cara se te quedaría?

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