martes, 9 de junio de 2009

Un fin de semana druso (Primera parte)





Cogimos la mochila como Labordeta y nos encaminamos a la estación de autobús en Germana (un barrio damasquino) con nuestro amigo druso “Omran”. Los drusos son aquellos que profesan una religión más de las que existen en este mundo. Sus principios son buenos, como los de la gran mayoría de religiones, y así nos lo demostraron.

Pese a que la gran mayoría habita en Oriente Medio, los hay repartidos por el mundo, y su religión podríamos definirla como una sinfonía de cristianismo, islamismo y judaísmo, que no llegaría a sonar bien hasta que no se comprendiera como única y diferente.
La cuestión es que este amigo hizo honor a lo que es ser sirio, lo cual para mí significa amabilidad y generosidad desinteresada y, tras unos cuantos cambios de autobús, llegamos a Sajba, donde turisteamos por unas ruinas romanas; paramos en Suida (la principal ciudad de la región); y llegamos a Kraía, donde vive la familia de “Omran”.

El paisaje, similar a la meseta castellana pero con cierto aire mediterráneo, nos regaló un viento que nos devolvió la fe en que hay vida más allá del desierto. Así que con esas llegamos a la casa, dejamos nuestros zapatos en la entrada y nos sentamos en el suelo del salón sobre unos cojines para comer. Pollo con arroz, hojas de parra, patatas guisadas con yogurth y ensalada, fueron algunas de las delicias que durante todo el fin de semana su madre preparó para nosotros.

Tras un tiempo de descanso (había que reposar todo aquello), nos fuimos a jugar a baloncesto y, como en los tiempos escolares, nos metimos en un colegio del cual nos echaron y cambiamos a otro del cual, tras saltar la valla delante de la policía y jugar un buen rato (servidora venció en una ocasión al colega sirio y aquí que te gane una chica es algo sobrehumano…) también nos echaron. Así que amablemente, y esta vez por la puerta, abandonamos la pista mientras en “echador” nos agradecía que lo hiciéramos. Aunque yo creo que, un ratito más allí y el hombre nos saca una coca cola.

Paseamos un buen rato por el pueblo, entramos en una “iglesia” drusa, donde la gente se divertía charlando, jugando y comiendo; y después fuimos a ver la tumba del Sultán Basha Al Atrash, líder y libertador sirio, que allá por los años veinte echó franchutes a patadas y al cual en toda la región y parte de Siria veneran con mucho amor. Así que mejor ser español que francés en estas situaciones, porque aparte de que estos últimos nos tiran las fresas, aquí aprecian más a los españoles gracias al Barcelona y a lo que poco que pintamos en el mundo.

Volvimos a casa cansados y nos sentamos en el tejado a fumar una narguila y comer frutos secos mientras veíamos todo el valle. Bosra –pegada a la frontera jordana y famosa por tener el teatro romano mejor conservado del mundo-, de fondo, lo iluminaba todo.

Respecto a la cena, ¿por qué no cenar a la una de la mañana? Dicen que se aprende más cuando uno se acostumbra a los horarios locales. Exquisito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario